Fernando Camino Peñalver
@fernandocaminop
En 1933 en la Ucrania Soviética se desató una hambruna que mató por inanición a más de tres millones de sus habitantes. La tragedia se inicia cuando un año antes Stalin disuelve las unidades de producción de los agricultores independientes (los kulaks), los obliga a trabajar en empresas colectivas “socialistas” y les decomisa la cosecha y su semilla. Stalin, convencido de que los kulaks le ocultaban su producción de cereales al estado soviético, un año antes le había decomisado la semilla que tenían disponible para la siembra de 1933.
La intención del régimen soviético era obligar a los agricultores a emplear la semilla presuntamente oculta para sembrar, sin embargo, no había nada oculto y por lo tanto, tampoco había simiente para la nueva siembra. Sin posibilidades de producir se desato la hambruna en Ucrania. La respuesta de Stalin fue la de culpar del colapso en la producción de alimentos, a conspiraciones lideradas por los muertos y los sobrevivientes del hambre.
Esta tragedia se mantuvo en secreto por parte del régimen, e incluso se rechazó el ofrecimiento de ayuda humanitaria por parte de Polonia. Antes de que esto sucediera, era difícil a nivel mundial imaginar una hambruna en Ucrania, un país de tierras fértiles y de experimentados agricultores.
Entre 1958 y 1961 en la China, gobernada férreamente por Mao Zedong, durante el denominado Gran Salto Adelante, se implantó igual que en Ucrania, la producción de alimentos bajo el mecanismo de las “empresas socialista de producción colectiva”. La corrupción y la ineptitud trajeron como consecuencia, una hambruna que tuvo como resultado la muerte de más de treinta millones de habitantes de esa nación.
En todos los países donde se establece el comunismo, la producción de alimentos se ve seriamente afectada por la eliminación del libre mercado mediante los controles y regulaciones, tanto de precios como de los mecanismos de almacenamiento, comercialización y manufactura de los bienes que se ofertan a la población. La supresión del libre mercado, impide la formación lógica del precio y desestimula la propensión a invertir y a producir eficientemente para garantizar una oferta suficiente y oportuna de alimentos.
Los regímenes comunistas crean deliberadamente inseguridad jurídica, la cual impide el normal desarrollo de la actividad económica. Allí, desaparecen para el sector privado las reglas del juego que permitan proyectar en el tiempo y en el ámbito geográfico la inversión y el desarrollo de la capacidad productiva. El desprecio por la propiedad privada es otro de los síntomas perversos de este tipo de régimen. Con ello logran desactivar la inversión y la capacidad de empleo para que la población desempleada dependa del chantaje y de las dádivas que se reparten como migajas a través del Estado.
En nuestro país, durante casi veinte años se ha venido aplicando sistemáticamente la receta comunista, por lo que, lógicamente, esto ha traído como consecuencia la emergencia humanitaria que azota a nuestra población. Ya sentimos los latigazos de la hambruna manifestado en la muerte de personas por desnutrición y por enfermedades que son el daño colateral del bajo consumo de alimentos. La clásica respuesta del régimen, en primer lugar, es negar la crisis e impedir la entrada de cualquier tipo de ayuda humanitaria y luego sacar provecho de la situación para perpetuarse en el poder. Pero lo más cínico es que, en última instancia, culpa de la crisis a las víctimas del mal creado por ellos, e inventan un “enemigo interno” para militarizar el control de los medios de producción privados.
Estamos a tiempo de detener esta tragedia, solo con cambiar este gobierno y desarrollar las políticas correctas, el panorama podrá ser otro. Tenemos como hacerlo, tenemos la tierra, los recursos y el talento. La producción interna de nuestro país no solo podría alimentar eficientemente a todos los venezolanos, sino que se podrá exportar rubros como lo hacíamos anteriormente para equilibrar la balanza comercial agrícola.