Escrito por el Ing. MSc. Freddy Colmenarez Betancourt.
Ex Investigador del INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas)
fantonicb@gmail.com
Sanare, Lara, Venezuela
Un Caficultor vive de la esperanza y de la ilusión.
No es fácil hacer una reflexión de este tipo. Algunos pudieran, sin intención, sentirse ofendidos.
La realidad estadística indica que el ochenta por ciento de los caficultores en toda América Latina poseen una extensión que promedia las dos hectáreas de café. Sólo un veinte o un porcentaje menor poseen las grandes o medianas haciendas de café. Son éstos últimos quienes poseen otro «modus vivendi» muy distinto a la gruesa mayoría de los pequeños caficultores.
Las cifras oficiales en el caso colombiano indican que un cincuenta por ciento de los caficultores poseen una hectárea de café. Esta cifra es muy cercana a la estadística venezolana y hacia ellos deberían estar orientadas las acciones o la Política cafetera que en Venezuela no existe.
Desde las oficinas de los tecnócratas en el Ministerio de Agricultura se adelantan declaraciones que, indirectamente, acusan al caficultor de una ineficiencia productiva, sin detenerse a pensar que pudieran haber causales compartidas y que en gruesa mayoría están o tienen su base en la ausencia de Política cafetera, escrita y discutida con el subsector.
Nada más fácil que culpar al más débil o a quien no puede responder por no estar organizado en un gremio nacional, o no tener poder de negociación ante un «supra» Ministro cualquiera (no aludo a nadie en particular).
Cada caficultor necesita desprenderse de un treinta por ciento de su cosecha para sufragar los gastos inherentes a ella, en los meses de Noviembre, Diciembre y Enero, meses en los cuales el precio de mercado no cubre los costos de producción de ese mismo quintal.
Allí comienza la perdida y descapitalización del caficultor.
El café comienza a subir, gradualmente, solo a partir del mes de mayo, fecha para la que cada caficultor, difícilmente, podrá poseer, en inventarios, un treinta por ciento de su cosecha.
Y, ésto porque desde el Ministerio se hacen la «vista gorda» y no definen un mecanismo que permita respetar un precio uniforme que cubra los costos de producción durante todo el año cafetero.
Ustedes se imaginarán quién es el mayor beneficiario de esta particular omisión desde el Ministerio de Agricultura en Venezuela.
Entonces, de qué vive un caficultor, que por demás ya está descapitalizado desde hace muchos años.
Un Caficultor puede vivir de la fertilidad natural que ofrece el suelo en donde cultiva su café, puede vivir de nuevas fronteras agrícolas que le literalmente le «arranca» a los bosques, a las montañas vírgenes o a los Parques Nacionales.
Puede vivir de un esporádico y manipulador crédito estadal que no cancelará por la nula o escasa rentabilidad de su cultivo o por una eventual con donación de la deuda.
Puede vivir de la depreciación de sus equipos, vehículos, infraestructura o plantación, pero también puede vivir de otros cultivos alternativos como caraotas, quinchoncho, hortalizas, maíz, etcétera.
Y ello no es el deber ser, porque un Estado fuerte en sus instituciones, un Estado capaz, un Estado Social de Justicia y de Derecho debe garantizar una mínima estabilidad agroproductiva a todos sus campesinos o productores, incluidos los caficultores, y ello parte de la definición de la rentabilidad en ese cultivo.
El cultivo del café, en el promedio histórico de los últimos 30 años no es una actividad rentable.
Otros caficultores pueden vivir, y no los culpo, de mimetizarse como compradores de café y así pasar al gran engranaje apropiador de la riqueza colectiva del pequeño productor.
Otro grupo pequeños de caficultores pueden vivir del «enchufamiento», termino o palabra nueva pero que siempre ha existido.
Antonio Guzmán Blanco o Juan Vicente Gómez en sus épocas tenían sus enchufados y es bueno recordar que las grandes haciendas de café en los años veinte pertenecían a «viejos gomeros» con alianzas políticas y económicas en aquel régimen.
Entonces, de qué vive un caficultor ?
Vive, además, de la ilusión.
Al no tener otra alternativa de cultivo para sembrar, en igualdad de condiciones como lo ofrece el café, vive de añorar un «errático» buen año de precios, de que su cosecha mejore en cantidad, de que bajen los fertilizantes o de que el Gobierno le otorgue créditos.
Y así no se construye un país. Así no se engrandece a una Nación.
Un Estado responsable, y sus instituciones encabezadas por figuras o personalidades comprometidas debe adelantarse en sus acciones y prever las limitaciones o restricciones que impidan que éste subsector del café sea próspero y contribuya para los grandes intereses del País.
Insisto, ésto no puede ser pues vivimos la mayor de las groserías de la manipulación popular y la burla en las intensiones del pequeño caficultor que con desconocimiento de lo que acontece y del deber ser, aplaude su guillotinamiento final.