No es culpa de la industrialización y el consumo global de los productos derivados del cerdo, la amenaza fluye a través de nosotros y toma cobijo en nuestras células: los virus.
El ser humano ha mantenido una lucha constante contra el mundo de los microorganismos, gracias a los antibióticos, vacunas y otros fármacos, hemos conseguido mantener a raya a muchos patógenos que ponen en peligro nuestra salud.
Pero sin duda, los más difíciles de tratar con diferencia son los virus. Información genética envuelta en una coraza proteíca y en algunos casos con una delgada capa lipídica, estos parásitos obligados tienen una única misión en su vida (si se le puede llamar cómo tal), infectar. Penetran en su huésped por excelencia, se adueñan de la maquinaría celular para sintetizar su propia información genética y formar un “ejército” mayor.
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Hay infinidad de virus, tantos que existen más virus que galaxias. Sin embargo, no todos los virus tienen el mismo fin o lo hacen de la misma forma. Hay virus que se mantienen de forma latente en el huésped sin matar sus células, otros que invaden de forma agresiva, y otros que incluso nos han servido para elaborar nuestras propias herramientas de ingeniería genética. El problema es, que un virus que se mantendría de forma inocua en un determinado organismo, podría no serlo en otro organismo.