Artículo escrito por: Nerio Naranjo Manzano / Economista Agrícola. Especialista de desarrollo rural y gerencia agrícola
En los últimos años, el sector agrícola ha realizado uno de los más importantes esfuerzos gerenciales en la historia del país, y quizás, de Latinoamérica. Nuestros productores, viniendo de casi una década de dificultades, que generaron en sus empresas alta descapitalización, reaccionaron de manera importante, ante un proceso de “soltar amarras” en la economía que empezó entre 2019 y 2020. Este proceso, que puede resumirse en: desregularización, dolarización, apertura al comercio internacional, e internacionalización de precios, tuvo en el empresariado agrícola una respuesta optimista, cuyas cifras se empiezan a reflejar en 2021, 2022 y en forma más conservadora en 2023.
Tres cosas quedaron claras en ese proceso:
La determinación del sector de recuperar sus espacios productivos.
La positiva reacción de la economía ante la apertura y la desregulación.
La respuesta creativa y organizada, que con pulmón propio y a un alto costo y riesgo económico, asumieron las empresas del sector.
Llegamos así al final del 2023 y estamos planificando el 2024 agrícola. El impulso emocional ha bajado, y hoy con los pies en la tierra y cifras en la mano, podemos analizar lo que debió hacerse, situación actual y decisiones futuras.
Para el empresariado agrícola fue difícil pasar de una economía con fuertes restricciones, costos no económicos y alta descapitalización, a una economía más abierta, sin contar con las condiciones. En ese momento, lo lógico era establecer un periodo de transición, con las medidas mínimas de protección, y un programa de reconversión tecnológica, que nos preparara para la apertura. Pero lo anterior demandaba recursos y consensos con los que no se contaba.
Hoy cada agricultor y cada organización del sector, a la luz de los costos reales que representan la sostenibilidad de los negocios, y con su percepción de futuro que define la propensión a invertir, está revisándose y tomando decisiones. Están conscientes de los cambios cualitativos necesarios para competir, sabe de riesgos existentes sin mecanismos de compensación, del costo de los activos improductivos, del déficit de servicios, de ausencia de financiamiento, de competencia desleal, y sabe que la centrifuga del mercado saca de actividad a los actores ineficientes.
En este sentido, tomando el carácter contextual de la agricultura, cada organización debe seguir afinando estrategias para dominar más sus procesos, medirlos para mejorarlos, administrar los riesgos, promover redes de cooperación técnica y profundizar vinculación con clientes y mercados. El sector se reacomoda, se redimensiona y los actores deben estar claros en su rol.
En el marco del momento que vivimos, voy a citar dos frases:
“Hoy no basta con hacer las cosas de una manera diferente, es necesario empezar a ver las cosas de diferente manera”. Tu finca no será una empresa hasta convertirla en un centro generador de datos y decisiones.
“En el escenario actual no importa tanto la ganancia lo que importa es el patrimonio”. La prioridad en tiempos complejos es permanecer. Para ello debemos centrarnos en la capacidad productiva y la eficiencia de costos.
Por último, además de la gestión técnica, hay mucho por hacer en gestión humana. El sector agrícola debe sumarse cada día más a la tarea de ayudar a la superación de nuestra gente, haciendo las cosas con excelencia, justicia y equidad, para así coadyuvar a construir un país de ganadores.