De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2050 habrá más de 9.500 millones de seres humanos en el planeta y eso requiere producir mucha comida —aunque no se necesitaría tanta si se redujera el desperdicio alimentario—. Ya hoy, la agricultura y la ganadería generan el 23 % de los gases de efecto invernadero según el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), un dato inquietante que invita a repensar el modelo de cara a las futuras generaciones.
La agricultura convencional es una de las principales causas de pérdida de la biodiversidad, pero genera otros impactos indeseados al incrementar la contaminación del aire, el agua y el suelo con el uso de químicos que a su vez entrañan riesgos para la salud. Ante este escenario, cobra más relevancia que nunca la agricultura ecológica, aquella basada en la gestión del ecosistema y no en la utilización de insumos agrícolas. Adoptar este modelo en busca de una alimentación más sostenible, junto a nuevas prácticas como la hidroponía o las foodtech, se presenta como la alternativa más viable.
La agricultura ecológica es un sistema de producción agrícola basado en la utilización de procesos y recursos naturales —no se emplean productos químicos (fertilizantes o plaguicidas, por ejemplo) ni organismos genéticamente modificados (OGMs)— con el fin de obtener alimentos más saludables y nutritivos al tiempo que se protege la fertilidad del suelo, se evita la propagación de plagas y se respeta el medio ambiente. Es un sistema que, en lugar de servirse de insumos agrícolas, lleva a cabo prácticas específicas dependiendo de las características de cada ecosistema.
El desarrollo de esta unión entre agricultura y ecología se produjo durante el siglo XX como respuesta a la generalización del uso de ciertos plaguicidas y fertilizantes, que prestigiosos estudios asocian a enfermedades como el Parkinson o diversos tipos de cáncer, así como a mermas en las poblaciones de algunas especies animales. En la actualidad, la agricultura ecológica se nutre tanto de buenas prácticas agrícolas del pasado como de innovaciones tecnológicas ligadas al smart farming y de conocimientos modernos sobre fertilización de suelos o manejo de plagas.
De acuerdo a la Comisión Europea (CE), alrededor del 8,5 % de la superficie agrícola de la Unión Europea (UE) se dedica a cultivos ecológicos, un dato que al ritmo actual aumentaría hasta el 15-18 % en 2030. Para impulsarlo aún más, la CE cuenta con un Plan de Acción para el desarrollo de la producción ecológica [PDF]Enlace externo, se abre en ventana nueva. a través del cual espera elevar esta cifra hasta el 25 %. Según este mismo organismo, los objetivos de la agricultura ecológica son:
Surge de las ideas del botánico inglés Sir Albert Howard (1873-1947), quien desarrolló una parte importante de su carrera en la India. En su libro Un testamento agrícola, Howard expone las bases de la agricultura orgánica: suelos saludables para mejorar los cultivos, uso de coberturas permanentes y explotación racional de los recursos locales. Para Howard, la conservación de la fertilidad del suelo es la primera condición de todo sistema permanente de agricultura y, además, este forma un todo indivisible con la salud de las plantas, los animales y el ser humano.
Esta forma de agricultura fue creada en 1924 por el filósofo alemán Rudolf Steiner (1861-1925), basándose en un movimiento espiritual también fundado por él, la antroposofía. Uno de sus ejes centrales es la idea del organismo-granja, es decir, entender la granja como un ser vivo en el que cada órgano interactúa con los demás en beneficio del todo y del cosmos. Una de las peculiaridades de esta escuela es que usa la posición de los astros para elaborar los calendarios agrícolas.
Influido por el concepto taoísta del wu wei el biólogo japonés Masanobu Fukuoka (1913-2008) ideó esta corriente agrícola basada en la no intervención. Fukuoka se guiaba por principios como no trabajar la tierra, no usar abonos, fertilizantes o pesticidas, no arrancar las malas hierbas o no podar. De acuerdo a este modelo, si la naturaleza ha sabido desarrollarse por sí sola desde el principio de los tiempos, la intervención del hombre solo pone trabas a ese crecimiento natural y genera un trabajo inútil al agricultor.
Además de estos tres, otros tipos de agricultura ecológica con aceptación a nivel mundial son la permacultura, que busca crear ecosistemas en equilibrio a través de una aproximación holística, o la agricultura biológica, que se caracteriza por la importancia que otorga al control biológico de plagas y a la teoría de la trofobiosis —la relación entre plantas e insectos—.
Entre las principales ventajas de la agricultura ecológica cabe destacar:
La producción de alimentos más saludables y nutritivos, además de más sabrosos.
El rendimiento aumenta, en concreto, según Greenpeace, puede producir alrededor del 30 % más de alimentos por hectárea que la agricultura convencional.
La biodiversidad mejora. De acuerdo a la UE, los campos ecológicos tienen alrededor de un 30 % más, lo que aumenta la resistencia de los cultivos al cambio climático.
Se reduce el número de plagas a través de medios naturales, por ejemplo, introduciendo insectos beneficiosos y pájaros que se alimentan de esas plagas.
Al ahorrar en productos químicos, los agricultores ecológicos obtienen más ingresos que contribuyen a desarrollar la economía de las zonas rurales.
No contamina ni el suelo ni el agua y consume menos energía que la agricultura convencional, lo que beneficia al medio ambiente.
Las críticas a la agricultura ecológica giran en torno a una supuesta incapacidad para alimentar por sí sola a la creciente población mundial, aunque no hay estudios concluyentes al respecto. Otra crítica, esta sí respaldada por datos, es que los productos ecológicos son más caros para el consumidor, resultando menos accesibles para los sectores de la población con menos ingresos.