Los monocultivos o uso excesivo de fertilizantes y plaguicidas químicos son dos prácticas que erosionan con mayor facilidad los suelos, acabando con sus propiedades químicas (los nutrientes) y físicas (textura, permeabilidad y retención de agua).
Además, cuando un terreno está erosionado es más susceptible a ser arrastrado por el agua y el polvo, generando desprendimientos o derrumbes.
Al contrario de la erosión, el anegamiento de los suelos se produce por la sobreexposición al agua. Cuando los terrenos no cuentan con un drenaje adecuado se pueden encharcar por los riegos, evitando que las raíces del cultivo obtengan oxígeno.
Cuando los fertilizantes y plaguicidas son utilizados en exceso pueden ocasionar contaminación en el agua de los ríos y mares, pero también en los acuíferos o pozos subterráneos. A los primeros llegan arrastrados por la lluvia o por los conductos terrestres, mientras que a los segundos por la filtración natural de los suelos.
De este tipo de contaminación se deriva la muerte de peces y especies que viven bajo el agua, así como problemas sanitarios para los seres humanos tras su consumo.
Aunque suene paradójico, la principal causa de la deforestación a nivel mundial no es la expansión de la agricultura moderna y la ganadería sino de la agricultura de subsistencia o tradicional.
Mientras que la primera se enfoca en optimizar la producción en las hectáreas ya cultivadas, la segunda se caracteriza por invadir bosques nuevos y se presenta sobre todo en regiones en vía de desarrollo, donde los agricultores queman los árboles para obtener el espacio y el abono de las cenizas para algunas cosechas, pero cuando el terreno queda sin nutrientes lo abandonan para buscar otro y repetir allí el proceso.