Durante las próximas décadas, la humanidad se enfrenta a algunos de los mayores desafíos de toda su historia: hacer frente a una crisis climática que ya ha comenzado a manifestar sus efectos y alimentar a una población creciente en un planeta de recursos finitos son dos de los mayores retos.
En este contexto, el debate sobre cuál es la mejor fórmula para alimentar al mundo, para abastecerlo de energía o, en definitiva, para sobrevivir, origina opiniones muy polarizadas y tiene difícil respuesta, pues las variables que entran en juego son muchas y se entremezclan entre ellas: no podemos separar los asuntos económicos de los factores medioambientales, o los aspectos sanitarios de los temas sociales.
Para aportar información contrastada al debate, la Sociedad Española de Agricultura Ecológica acaba de publicar un informe en el que se hace eco de algunas de las evidencias acumuladas en la literatura científica en los últimos años y al que ya se han adherido decenas de entidades del mundo académico, empresarial y social. Recopilamos aquí algunas de las conclusiones del informe, que puede leerse al completo aquí.
Una de las ventajas más evidentes de la agricultura ecológica es su menor impacto sobre el medio ambiente. Entre algunos de estos efectos se incluyen la no generación de residuos contaminantes, la menor degradación de ecosistemas, el almacén de carbono en el suelo, el mantenimiento de una mayor biodiversidad, la retención de agua, el reciclaje de nutrientes, el control biológico de plagas y una menor erosión del suelo.
Diversos estudios indican que, con un manejo adecuado, la agricultura ecológica contribuye a almacenar carbono en el suelo y a mitigar el cambio climático. Un trabajo publicado en el año 2010 en la revista Renewable Agriculture and Food Systems calculaba que el potencial de reducción de emisiones por la eliminación de los fertilizantes minerales de síntesis es de aproximadamente el 20% y el potencial de compensación por el secuestro de carbono es del 40-72% de las actuales emisiones anuales de gases de efecto invernadero (GEI).
La agricultura ecológica contribuye a potenciar algunos servicios de los ecosistemas. Por ejemplo, mantiene el paisaje, los polinizadores, e incrementa la riqueza de especies.
En la agricultura ecológica se produce una menor lixiviación de nitratos. Esto se debe a varias causas: se usan menos fertilizantes, hay más cultivos de cubierta vegetal, una mayor relación carbono/nitrógeno en los suelos y menor densidad de cultivo por hectárea. Los autores del informe resaltan que, en algunas zonas vulnerables por el riesgo de contaminación del agua, las administraciones están recomendando la reconversión a la agricultura ecológica.
Diversos estudios demuestran que el consumo de alimentos procedentes de la agricultura ecológica no presenta mayores posibilidades de contraer enfermedades asociadas a diversos patógenos ni supone un riesgo de tipo microbiológico para la salud.
La dieta ecológica implica una nula o menor ingestión de residuos contaminantes procedentes de plaguicidas que los alimentos que provienen de la agricultura convencional. Los niños alimentados con productos ecológicos tienen niveles significativamente más bajos de pesticidas organofosforados en los metabolitos de la orina, según dos trabajos publicados en la revista Environmental health perspectives en 2006 y en 2016.
Producimos casi el doble de la comida necesaria para alimentar a la población mundial, pero unos 800 millones de personas pasan hambre, y debido a esto muchos expertos plantean que el problema del hambre es una cuestión de pobreza, injusticia social e inequidad, y no de producción.
Un trabajo publicado en el año 2017 en la revista Nature communications y firmado por varios autores de distintas instituciones consideraba que la agricultura ecológica por sí sola no basta, pero que podría alimentar al mundo si se combina con otras acciones, como por ejemplo reducir la producción de ganado vacuno y el consumo de su carne, así como reducir el desperdicio alimentario.
Diversos estudios que tienen en cuenta multitud de variables económicas, medioambientales y sociales concluyen que la agricultura ecológica es una opción potencialmente importante para la seguridad alimentaria en la población de zonas rurales, sobre todo en un contexto de cambio climático, ya que, entre otros motivos, ofrece una mayor capacidad de resiliencia frente a los cambios ambientales.
Aunque el precio final de los alimentos ecológicos es mayor que el de los procedentes de la agricultura convencional, esto se debe a que dicho precio no tiene en cuenta una serie de costes extra de estos últimos: pérdida de biodiversidad terrestre, emisiones de GEI, suelos degradados y sobreexplotación de acuíferos, entre otros.
“Y estos impactos, al final, debe pagarlos la ciudadanía de su bolsillo mediante impuestos, seguros médicos o por ejemplo, subsidios al sector agrícola y ganadero”, refleja el informe, que también se hace eco de otro estudio realizado por el Ministerio de Ecología, Desarrollo Sostenible y Energía francés. En este se revelaban los gastos adicionales generados por la contaminación por pesticidas y fertilizantes nitrogenados de la agricultura convencional en los cursos de agua: entre unos 1.005 y 1.525 millones de euros, de los que entre 640 y 1.140 millones de euros iban incluidos en las facturas del agua de los ciudadanos.
Diversos autores han realizado análisis que demuestran con números cómo las ayudas a la investigación en materia de agricultura ecológica han sido significativamente más bajas en comparación con otras áreas de investigación, algo que dificulta su avance y la exploración de nuevas fórmulas y métodos.
Un artículo publicado en The Guardian a principios de 2019 alertaba que en algunos estados de EEUU que viven de la agricultura intensiva y en los que hay grandes lobbies en esta materia, los institutos de investigación en agricultura ecológica apenas cuentan con fondos para investigar o, en algún caso extremo, han tenido que cerrar sus puertas por falta de financiación.